El 21 de marzo se celebra en Europa el Día de la Música Antigua, organizado por la Red Europea de Música Antigua (REMA), en un año en el que celebramos el quinto centenario de la muerte de Josquin Desprez, el gran maestro renacentista.
En el corazón de Europa, el festival Laus Polyphoniae prepara para este verano una programación dedicada íntegramente a interpretar su música. Celebrado en la ciudad belga de Amberes y organizado por AMUZ (Centro Internacional para la Música de Amberes), el festival ofrece cada año ofrece excelentes conciertos centrados en la música vocal renacentista, con artistas de la talla de The Tallis Scholars, Huelgas Ensemble, Ensemble Clément Janequin, Cappella Pratensis, Collegium Vocale Gent o The Sixteen.
Además, el festival ha desarrollado la plataforma digital Polyphony connects para asegurar el acceso a los conciertos, las noticias y los materiales divulgativos que se desarrollan desde AMUZ, que también mantiene una programación anual de conciertos que convierte a Amberes en la capital de la polifonía europea.
¿Por qué celebrar a Josquin?
No debería sorprendernos que un festival como el Laus Polyphoniae de Amberes celebre una edición centrada en cantar todas las misas de un compositor franco-flamenco. Y con todas me refiero a todas. ¡Ya nos gustaría que de vez en cuando se le prestara la misma atención en España a todos los compositores de nuestra ‘edad dorada’ musical! Josquin nació en algún lugar de Francia en torno a 1450 y trabajó, al menos, en Italia y lo que hoy son los Países Bajos, aunque muchas partes de su biografía no están muy claras. Así que quizá la pregunta es: ¿por qué deberíamos celebrar en España el aniversario de la muerte de Josquin Desprez?
Los que hemos cantando polifonía en coros seguramente encontremos la respuesta sin pensar mucho, solo hay que recordar esas pequeñas joyas musicales que marcan la vida musical de todo músico. Estoy seguro de que cada uno tendrá como favorito un motete, chanson o madrigal diferente, pero también que muchos reconocerán el Mille regretz como uno de esos hits. Para aquellos, menos afortunados, que no hayan podido descubrir la música de Josquin cantando o tocando en primera persona, y también para aquellos reticentes a creer que Josquin merezca la pena, me he decidido a buscar una serie de razones, irrefutables o no, que les animen a empaparse de su música. Una música a menudo contemplativa, a veces triste, en ocasiones burlona y siempre de altísima calidad e interés, aunque no genere la misma adrenalina que una obertura de Wagner.
El Mille regretz me enamoró desde la primera vez que la canté de adolescente y por eso la he elegido como ejemplo del talento de Josquin. Es cierto que no tenemos certeza sobre su autoría ya que, debido al prestigio del que disfrutaba en su época, a Josquin le han salido más composiciones atribuidas que músicos hay en Valencia. Efectivamente, no está demostrado que la obra más famosa de Josquin sea de Josquin, cosa que ocurre a menudo con los genios del Renacimiento: descubrir que el Ave Maria de Victoria no fue escrito por el compositor abulense es un drama en la vida que, antes o después, todo cantante de coro ha de superar.
El hecho es que en la primera edición impresa que conservamos del Mille regretz, publicada por Pierre Attaingnant en 1533, la chanson aparece atribuida a un tal J. Lemaine, aunque también es cierto que algunos investigadores identifican a Jean Lemaine como el posible autor del texto. No será hasta 1549 cuando aparezca la primera versión vocal atribuida a Josquin, en la publicación de Tielman Susato L’unziesme livre contenant vingt et neuf chansons amoureuses a quatre. Dos años más tarde, Susato incluyó también el Mille regretz como una pavana en su Danserye: una colección de danzas muy popular en la época que ‘reducía’ algunas de las obras contrapuntísticas que causaban sensación en Centroeuropa y las convertía en piezas homofónicas. Esto significa que, frente a la complejidad de varios instrumentos imitándose entre sí, juntos pero no a la vez, las obras se presentaban con ritmos más sencillos para evitar que algún bailarín trastabillara y se rompiera un tobillo o, mucho peor, pisara a su pareja de baile.
Pero una de las grandes razones de la fama del Mille regretz fue su sobrenombre como la Canción del Emperador, gracias a una adaptación maravillosa realizada por el vihuelista Luis de Narváez, maestro del por entonces príncipe Felipe, que fue publicada en Valladolid en 1538 dentro de sus Seys libros del Delphin. En la página de la tablatura podemos leer ‘comiençan las canciones francesas y esta primera es vna que llaman la cancion del Emperador del quarto tono de Jusquin‘y en ella la melancólica melodía del Mille regretz aparece acompañada de suaves escalas y delicadas glosas, como si se tratara de los sentimientos y los pensamientos que acompañan a un recuerdo.
No está demostrado que el emperador Carlos V recibiera la canción como regalo del propio Josquin ni que, como cuenta la leyenda, la mandara interpretar en su lecho de muerte. Sin embargo, no cuesta imaginarle en el Monasterio de Yuste escuchando, o tocando él mismo al órgano, el Mille regretz mientras lloraba la ausencia de su amada, la emperatriz Isabel de Portugal, fallecida veinte años antes que el monarca. Porque de eso trata la canción, de la falta de aquel al que más se ama. Hèlas!
La canción del Emperador
No me extraña que el Mille regretz cautivara a Carlos V porque es un lamento musical de melodías sencillas pero cargadas de significado. La habilidad de Josquin en el uso de sutiles recursos retóricos es otra de las razones para admirar su obra. Rafael Fernández de Larrinoa los analiza magistralmente en su blog Historia de la Música. Las Tres Edades de la Música Occidental: sus lamentos en líneas descendentes (catábasis), sus anhelantes saltos ascendentes (exclamatio), o su sfumatura musical final en la unión de las cuatro voces para repetir tres veces la última frase que parece describir la misma pérdida de conciencia —o muerte— del amante (paronomasia).
El texto de la chanson, que sirvió de inspiración para compositores posteriores como Agricola, Gombert o Clemens non Papa, dice así: Mil pesares por abandonaros / y por alejarme de vuestro rostro amoroso. / Tengo tanto dolor y pena tan dolorosa / que en breve se me verá acabar mis días.
Mille regretz de vous abandonner
Et d’eslongier vostre fache amoureuse.
J’ay si grant doeul et peine doloreuse
Qu’on me verra brief mes jours deffiner.
Esta chanson es una de las obras que más se disfruta cantando y en más de una ocasión he conocido a músicos para los que el Mille regretz se ha convertido casi en un himno, una de esas sintonías que emocionan al que las reconoce, como ocurre con ciertos corales armonizados por Bach o con los momentos más especiales de algunas sinfonías de Beethoven. La simpleza de sus líneas y la exactitud con la que cada nota está colocada una junto a otra nos regala momentos que, por fugaces, todos querríamos alargar cuando los cantamos, pero que son bellos por estar escritos en su justa medida: equilibrados, como las proporciones de una estatua griega.
Un compositor infinitamente copiado
Efectivamente, la música de Josquin se interpreta hoy en día muy a menudo, como también ocurrió durante varios siglos después de su muerte, algo sorprendente si pensamos que tras la muerte de Bach prácticamente nadie se acordaba de él. Su música pervivió gracias a la enorme difusión y repercusión que tuvo su obra por toda Europa y el Nuevo Mundo. Es más, Josquin fue el primer compositor al que se le dedicó íntegramente una publicación musical, gracias a que Ottaviano Petrucci se arriesgaría a editar en Venecia hasta tres volúmenes con sus misas; seguro que su música le supondría un buen negocio.
En estos tiempos los músicos seguían dependiendo de la realeza, la nobleza y la Iglesia, que intentaban rodearse de los artistas más influyentes y mantenían a los maestros de capilla, ministriles y cantores. Los compositores a menudo les dedicaban las publicaciones de su música para halagarlos y congraciarse con ellos, con el fin de mantener su puesto de trabajo o, por qué no, conseguir uno mejor.
El propio Josquin era un fuera de serie en el arte del ‘halago musical’ y se aprovechó de eso para ganarse a sus propios patrones, entre los que encontramos al papa Inocencio VIII, el cardenal Ascanio Sforza o el duque Ercole d’Este I de Ferrara. Una de sus obras más curiosas es la Missa Hercules Dux Ferrariae, basada nada menos que en una melodía extraída del nombre de su mecenas. Años más tarde, el teórico Zarlino bautizaría esta técnica como el soggetto cavato dalle vocali di queste parole: primero formar una melodía a partir de las vocales de un nombre o frase, ‘hErcUlEs dUx fErrArIE‘, preparando la melodía con los notas que corresponden dichas vocales ‘rE Ut rE Ut rE fA mI rE‘ y, luego, a componer.
También quedan muchas copias de su música profana, que probablemente se cantaría en todas las casas importantes gracias a manuscritos de pequeño formato para su uso doméstico, como el Cancionero de Juana I de Castilla, un regalo nupcial (¿de Felipe ‘el Hermoso’?) adornado con unas preciosas miniaturas de escenas bucólicas y que contiene chansons de Johannes Ockeghem, Pierre de la Rue, Alexander Agricola y Josquin Desprez, quizá las favoritas de la reina.
Maestro de maestros
Josquin supuso un antes y un después en el cambio de estilo entre las chansons y motetes de la corte borgoñona y los grandes madrigalistas y polifonistas del siglo XVI. Él fue quien redujo las intrincadas líneas polifónicas a melodías más sencillas, creando un estilo silábico menos ornamentado que le permitía pintar las palabras y realzar su significado. Podemos afirmar que Josquin estaba plantando así la semilla de la seconda pratica que desarrollaría, casi cien años después, il divino Claudio Monteverdi.
Se dice incluso que sentó las bases de la técnica de la fuga, con la que tantas alegrías nos daría Johann Sebastian Bach un par de siglos después. En su nuevo estilo de imitación canónica, cada voz reproducía casi nota por nota lo que hacían las demás, a la misma altura o en diferentes intervalos, creando la sonoridad tan característica de la polifonía renacentista. Este estilo compositivo aparece en misas como L’Homme Armé y De Beata Virgine, así como en los motetes Miserere Mei, Stabat Mater Dolorosa o su famoso Salve Regina, que recomiendo mucho escuchar.
Josquin dedicó a uno de sus maestros la Déploration sur la mort de Ockeghem,una elegía tremendamente emocional en la que llama a las ninfas de los bosques, las diosas de las aguas y a sus compañeros Brumel, Pierre de la Rue y Compère a unirse al canto fúnebre de Johannes Ockeghem, mientras resuena la melodía gregoriana del Requiem Aeternam.
Maestro de maestros, Josquin también recibió su propio homenaje por parte de dos grandes compositores: Nicolas Gombert escribió para él su motete Musae Jovis y Jean Richafort pudo haberle dedicado su famoso réquiem. Tengo que confesar que esta pieza es de mis obras sacras favoritas: en ella se escucha el canto llano ‘Circumdederunt me gemitus mortis‘, que aparece también en otras obras de Josquin, y melodías de su chansonFaulte d’argent. ¿Acaso hay mejor manera de homenajear a un músico que reviviendo su música una vez se ha ido?
La Missa Mille regretz
La obra de Josquin también causó sensación en España, especialmente gracias a las adaptaciones escritas por los grandes vihuelistas. Además de la Canción del Emperador, en los hogares de la nobleza y la alta burguesía española sonaron estos arreglos para vihuela u órgano de piezas de Josquin y otros autores, realizados por Alonso Mudarra, Enríquez de Valderrábano, Antonio de Cabezón o el propio Luis de Narváez.
En estos libros también aparecen a menudo fragmentos de la una misa parodia inspirada también en la chanson de Josquin, la Missa Mille regretz del sevillano Cristóbal de Morales, compuesta mientras trabajaba como cantor de la capilla papal y dedicada a Carlos V. No era un secreto que los ánimos entre Roma y el emperador no estaban en su mejor momento, especialmente porque las tropas de Carlos V habían saqueado Roma en 1527, para horror del papa Clemente VII. No nos extraña que su sucesor Paulo III, años después, se desviviera por enmendar unas relaciones que estaban aún más revueltas, si cabe, debido al enfrentamiento del emperador con François I, el rey de Francia.
Para recibir al emperador en su visita a Roma de 1536, el papa puso la ciudad patas arriba, literalmente, derribando once viejas iglesias para despejar una carretera que sirviera para su entrada triunfal en la ciudad santa. Es muy probable que, como parte de las celebraciones organizadas para el emperador, Morales compusiera su motete Veni Domine et noli tardare,con un texto que venía que ni pintado para la ocasión.
Dos años más tarde, tras la Tregua de Niza en la que el papa Pablo III consiguió calmar los ánimos, más o menos, entre el rey de Francia y el emperador, Morales prepararía otro motete, su Jubilate Deo Omnis Terra. Esta obra serviría de inspiración a otros dos grandes maestros de la música española: Mateo Flecha ‘el Viejo’ compondría su divertida ensalada El Jubilate y el maestro Tomás Luis de Victoria, la preciosa Missa Gaudeamus.
Parece ser que Morales quería el puesto de maestro de capilla de la Capilla Real y no hace falta que repita cuál era la canción favorita de Carlos V. Inspirado en esa chanson de Josquin, o quizá en otra versión del mismo texto de Nicolas Gombert, Morales compuso una fantástica misa parodia basada en la famosa melodía, que se repetiría una y otra vez durante toda la misa rodeada de bellas imitaciones polifónicas.
Podemos imaginar el apuro en que debió verse su editor, Jacques Moderne, para publicar la obra dedicada a Carlos V desde su imprenta de Lyon. Como tenía que incluir el emblema del águila bicéfala con las alas abiertas que encabeza la edición de esta misa y, sabiendo que Carlos V era el mayor enemigo de su propio rey, no se le ocurrió otra idea que incluir en la misma página la fleur-de-lys de la corona francesa, aunque de forma más disimulada.
Josquin fue un genio creativo que inspiró a muchísimos compositores. El humanista Cosimo Bartoli dijo que había sido tan importante para la música como Michelangelo para la arquitectura, la pintura y la escultura y el propio Martin Lutero, que cantaba y tocaba el laúd, se declaró total admirador suyo: ‘es el maestro de las notas musicales, que deben obedecer lo que él mande, mientras que los otros compositores deben hacer lo que las notas musicales deseen’. Si Josquin levantó tantas pasiones, ¿qué más razones necesitamos para dedicarle, al menos este año, un poco de tiempo y disfrutar de su música?
Texto original publicado en Melómano Digital el 17/03/2021. Puedes acceder aquí.